1.11.06

Rosa blanca.

Cultivo una rosa blanca, dijo Martí.
Y ahora me vengo a dar cuenta de que tengo una irresistible debilidad por las flores blancas. Así, de improviso; se me aparecen en variadas formas y tamaños. Y todas me gustan. Habiendo antes odiado la claridad, ahora la añoro y la recibo por completo entre mis sentimientos. Porque una flor es un sentimiento que se expresa en recuerdos mientras nos detenemos a observarlas. Recuerdos de un pasado que añoramos, recuerdos de un día o de dos y también recuerdos que vendrán. Construimos historias sobre las flores mientras las contemplamos. Y ellas son para eso: para que nos detengamos a evocar otros momentos, otros sentimientos, con la mirada perdida entre sus pétalos.
Y ni siquiera sé qué tan cierto es todo lo que digo. Puede que esté delirando, como ahora me dió por estar enferma.
Particularmente me gustaba mucho esta foto. Muchísimo, estaba entre mis predilectas. Pero la puse de fondo de pantalla y entonces la observé con demasiado detenimiento. Aún me gusta, pero es como cuando uno escucha por demasiado tiempo una misma canción: me cansa.
Pero no hay sólo que descalificar. Reconozco que no tomé esta foto con demasiada certeza de querer hacerlo o con demasiada esperanza de que fuera buena. La verdad es que sólo la tomé, sin darle importancia. Me dió por fotografiar las flores de mi casa y ésta era una de ellas. Pero luego me gustó tanto: la luz, la sombra, el blanco como de nieve, pero aún más blanco que la nieve... finalmente uno de los caramelos más dulces de mi repertorio. Desde mi punto de vista, obviamente.
Y sólo eso diré, porque este análisis tan profundo me está haciendo pensar que bordeo en lo ridículo... y no quiero eso por ahora.
Inmortalizada, poco confiablemente, el cinco de diciembre de dos mil cuatro.